Esas grandes derrotas
que usted y yo sufrimos
son de lo mejor.
De verdad.
Lo digo, porque,
tras esas grandes derrotas
que usted y yo sufrimos,
vienen nuestros diminutos triunfos
en forma y materia indeterminada.
Esas grandes derrotas
tampoco tienen por que ser
grandes derrotas.
Puede ser un día a contrapié
o una noche que no ibas a salir
o un sueldo que no acaba de llegar.
Nuestros diminutos triunfos, por igual,
tampoco son tan diminutos.
Puede ser un golpe de suerte
que te arregle el día,
o que al final salgas y conozcas a alguien
(de los que de verdad vale la pena conocer,
no de los otros),
o que el sueldo llegue cuando menos lo esperas.
El caso es que amo mis derrotas
tanto como usted ama las suyas.
Y despojarse de algo tan indestructible
como ese fracaso constructivo
sería un ingrato error.
sábado, 4 de julio de 2009
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