Yo, de mayor,
quiero ser letra capital
de los libros absurdos
que no cuentan nada.
Abrir capítulo de cualquier manera
y sumergir al lector
en intrigas, amores o falsas moralejas,
en personajes con aires de grandeza
o con oscuros e inquietantes pasados.
No saber muy bien por qué le dispararon
en el tercer párrafo
o describir cómo el paso de tiempo
agota los instintos.
Porque ser letra capital
de un gran clásico del siglo XX,
de un informe de cuentas
o de una aburrida memoria,
relatar de forma minuciosa y exhaustiva
hechos, derechos y deberes,
asientos, invitaciones y disculpas
queda lejos de mis infinitas ambiciones.
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