sábado, 30 de octubre de 2010

Instante valiente.

Es de estos instantes valientes
en que sales a la calle
y te pegas una hostia
como jamás habías imaginado.

Discurre un final de octubre
convulso, tumultuoso y otoñal.
Tú eres solo un fungible ego más
en el zigurat de las pasiones efímeras.

Ahora, siéntate.
¡Siéntate!
(Es como si la cabaña del Farmer
y el niño Stanton
se materializasen a tu alrededor).

Te sientas, y sobre tu pecho
meces un árbol de hojas caducas.

Tú solo has salido a la calle,
en la mañana,
solo a la calle...

Y en el devenir fugaz del tráfico
lo ves,
la ves,
no entienden de género las estrellas.

Ella brilla. Él brilla.

Solo has salido a la calle
y solo el brillo dura un instante.

Un instante valiente
que declara la amnistía
al desapego, las heridas de muerte
y los golpes aderezados con cicatrices.

El tráfico continúa,
el relámpago desaparece.
Nada brilla para siempre.
Nadie brilla por siempre.

Solo has salido a la calle,
sin malas intenciones.
Tan valiente
que te has pegado una hostia
como jamás habías imaginado.